Por Mijail Bonito Lovio
(Abogado cubano nacionalizado chileno)
La mayoría de los cubanos que viven fuera de Cuba, aún viven con miedo. Miedo a emitir una opinión y perder la posibilidad de recibir un permiso para viajar a Cuba y ver a sus familias; miedo a que las familias sufran la pérdida de sus empleos o que nunca les dejen viajar fuera de Cuba.
Cuando el miedo vence, los humanos nos inventamos razones para no actuar. No emitimos opiniones por el miedo que nos asiste, pero justificamos pensando en qué vamos a solucionar estando tan lejos de Cuba o, en el caso actual, sí en Cuba no hay un movimiento opositor fuerte y nadie se entera de nada, para qué arriesgarse a manifestarse contra la actuación del gobierno cubano. El miedo que llevamos los cubanos, es el miedo adquirido por años, miedo al Estado, a la delación del vecino, a que nos tomen fotos en una manifestación o nos graben criticando al gobierno de la Isla. El miedo no está dentro de Cuba, el miedo está dentro de nosotros. Es el miedo al aparato hostil e inexpugnable, al poder gigantesco que nos engulle y desecha nuestras ansías reales, al poder que prohíbe nuestra libertad y nos hunde en las tinieblas del permiso para entrar y salir de la Isla, dejando a nuestras familias de rehenes.
Ese miedo tan brutal tenemos que justificarlo para seguir viviendo con nosotros mismos. Entonces declaramos como inoperante cualquier iniciativa, la desacreditamos y no creemos en nadie que nos cite para luchar por nuestros derechos más básicos. No tenemos miedo a debatir con otro cubano que tome iniciativas y le criticamos recordándole que no va a lograr nada. No le tenemos miedo a ese igual que no tiene poder, le tenemos miedo al Estado y para justificar ese miedo, que es innegable, preferimos atacar a quien nos llama a romperlo.
Lo que no pensamos, en esta especie de deja vú interminable, es que nuestras familias no son rehenes del que nos convoca a manifestarnos contra el gobierno cubano. Tampoco pensamos que es el gobierno cubano el que invade nuestro derecho a entrar y salir de nuestro propio país, nos impone solicitar permisos que pueden ser negados, ejerce potestades que no le han sido conferidas y hace uso de ese miedo inmenso que le tenemos para evitar que ese ciclo se rompa. Es más cómodo continuar con esa eterna sinrazón y ver a la familia una vez al año. ¿Pero hemos pensado alguna vez que debido a la discrecionalidad que ejerce el gobierno cubano sobre nuestro futuro y el de nuestras familias, nuestros permisos para entrar y salir de Cuba podrían ser suspendidos, negándonos por siempre la posibilidad de entrar a Cuba o podrían ser tan onerosos que nos sería imposible, aun comportándonos exactamente como el gobierno cubano lo desea, viajar? ¿Qué mecanismo evita que el gobierno cubano nos imponga esa sanción, aún cuando no hemos protestado contra él? ¿Qué impedimento real tiene el gobierno cubano de convertirnos en una nueva Corea del Norte, donde no se pueda entrar ni salir del país?
Somos tan vulnerables que nos refugiamos en esta cómoda seguridad insegura y evadimos la responsabilidad que nos toca. La única posibilidad que tenemos los cubanos es luchar por vivir en libertad. La única posibilidad es romper ese miedo de una vez buscando que nuestros derechos sean respetados y no violados. Nunca antes ha habido un mejor escenario para lograr la libertad de Cuba y de los cubanos. Nunca antes el mundo había escuchado tanto nuestras voces. Nunca ha sido tanta la solidaridad mundial. La inercia y la falta de compromiso, por no vencer ese miedo, nos pueden costar otros cincuenta años de libertad, que también sufrirán las generaciones descendientes.
Manifestarnos y obtener la solidaridad de las sociedades civiles y políticas de los países que nos han recibido no es una pérdida de tiempo, es la responsabilidad que tenemos de dar voz a los sin voz, de allanar el camino de la libertad y de difundir las infatigables violaciones que hace el gobierno de Cuba con nosotros y nuestras familias. Refugiarse en una seguridad jurídica inexistente, que puede cambiar las reglas de un momento a otro, equivale a entregar nuestras vidas en bandeja de plata a aquellos que nos oprimen.
Nuestra responsabilidad con nosotros y con nuestras familias, no es comportarnos para poder visitarlos, nuestra responsabilidad es romper el ciclo y exigir que los derechos sean reconocidos, para que ellos o nosotros viajemos, según queramos hacerlo, sin depender de ese aparataje que nos aprieta la memoria y nos hace temblar y atacar a los iguales.
No podemos permitir que nos venza el miedo hoy porque obligará a nuestros descendientes a vivirlo mañana. Una vez roto el miedo y con el mundo participando a nuestro favor, se romperá el hechizo que nos lleva de la mano al matadero. La lógica del miedo es la lógica de la perpetuidad.